La villa de Tafí del Valle tiene un anfitrión infaltable. Se llama Miguel Álvarez, pero todos lo conocen por “Miguelito”. Entre los lugareños y veraneantes de siempre es el “muña muñero”. Miguelito no recuerda con certeza cuándo empezó a vender ataditos de yuyos, pero sí que su abuela Rosenda le dio la idea.
“Desde chico me levanto ‘trempanito’ para ir a trabajar. Aquí no reniego. No puedo renegar porque tengo epilepsia y, si me enojo, me agarran las convulsiones”, relata en un recreo y mientras toma una gaseosa a grandes sorbos. Dice que le gusta que Tafí se llene de gente. “Como les va bien, algunos veraneantes traen caballos. Los ‘ricachos’ los suben con camión”, expresa. Y especifica que con su oficio conoció turistas de Europa, de países vecinos y de todas las provincias argentinas.
Miguelito tiene 39 años, pero conserva el aspecto del niño. Quizá a esa presencia contribuyan la gorra medio ladeada o el gesto pícaro. Con la sonrisa a flor de piel explica que su muña muña proviene de Las Carreras, El Rodeo y La Ovejería, y que él sólo se dedica a venderla. La recolección de la hierba corre por cuenta de su hermano Julio, a quien él afectuosamente llama “Lorito”. “Antes traía azafrán, pero ya no más. La otra semana a lo mejor consigo arcayuyo”, añade.
El ramo de muña muña cuesta $ 10: una ganga si se consideran sus enormes beneficios. “Al mate le da gusto a menta y sirve para que los novios se casen”, asegura convencido y enseguida confiesa que repite lo que le dijeron. “No se pierde nada con probar”, agrega tras reflexionar un poco sobre el asunto.
Pero Miguelito está diversificado. Si se da la ocasión, canta coplas al malón de visitantes que suele hacer una pausa en El Rancho de Félix. Está básicamente dispuesto a todo: a ayudar a cargar bolsas de supermercado; a hacer pequeños mandados y a charlar.
“Con lo que saco me compro ropa para mí solo”, informa con cierto ademán de orgullo. Dice que no sabe leer ni escribir, pero sí contar, y que vive con su madre y hermanos al frente del Automóvil Club.
La última travesura de Miguelito casi mata del susto al pueblo. Sin comunicar sus planes a nadie, el año pasado se subió a un minibus y se fue a la ciudad. Al tiempo, por fortuna, apareció sano y salvo en el hospital Padilla. Pero el protagonista de esta historia se hace el desentendido. Con su silencio deja entrever que él también tiene derecho a viajar. Más rápido que ya mismo, Miguelito cambia de tema, y dice que es feliz juntando leña y vendiendo muña muña. Y exclama: “¡además, ya llegó el verano!”.